David Livingstone, el renombrado Explorador y Misionero del Siglo XIX, finalizó su vida de manera extraordinaria. Una mañana, durante su último viaje de exploración al Africa, permaneció en su tienda mientras los que le acompañaban estaban ocupados empacando sus pertenencias y preparando la partida. Estos últimos no queriendo molestarle mientras Oraba; según acostumbraba decir David, “El hablaba con su Dios”.
Como la espera se prolongaba mucho más de lo habitual, el jefe del campamento asumió la responsabilidad de ir a ver qué pasaba, e inquieto, entró en la tienda. Descubrió a David Livingstone todavía de Rodillas, con las manos en el suelo; pero su corazón había dejado de latir.
A lo largo de las pruebas, los peligros y las diversas dificultades de su vida de Explorador, había conocido el Poder de la Oración. Por este medio había hallado el socorro, la protección y renovadas fuerzas. Y en esa suprema hora de la muerte, también se volvió hacia Dios en quien siempre había hallado la fuente de agua viva que salta para Vida Eterna.
Así tuvo una apacible partida, sin temor ni lucha, lo que impresionó profundamente a sus compañeros.
No es indispensable vivir una vida tan peligrosa para experimentar el Poder de la Oración. No descuidemos esos momentos en los que estamos a solas con Dios, son necesarios para la renovación de nuevas fuerzas y la vida de nuestra Alma.
Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. {Filipenses 2:10-11}