Una Señora que sufría frecuentes y penosas crisis de “Depresión” decidió consultar a un afamado Médico. Este la interrogó largamente, observándola con atención y reflexionando sobre cada una de sus respuestas. Finalmente, no le recetó ninguna medicina, pero le dijo, “Señora, vuelva a su casa y desde esta noche, todos los días, lea su Biblia durante una hora. Siga este Tratamiento por un mes, luego vuleva a verme”.
La consultante salió sin decir una palabra, pero pensando para sus adentros, “El se burla de mí, yo no vine a ver un Pastor sino a un Médico”.
No obstante, esa noche buscó su Biblia, diciéndose; “A fin y a cabo no me cuesta nada. Voy a probar esta Terapeútica”. Entonces comenzó a leer, noche tras noche, sintiendo también la necesidad de Orar, poco a poco, una feliz serenidad se apoderó de ella, ahuyentando su tristeza y su melancolía.
Cuando volvió a ver al Médico, éste le dijo, – “¡Oh, señora! Me basta verla para darme cuenta de que usted está mejor. Y eso no me sorprende, porque le ordené el Tratamiento médico que yo mismo sigo.”
Sobre su escritorio se hallaba una Biblia muy gastada. Tomándola, exclamó, “¡Mire este libro! La leo antes de visitar a mis pacientes y nunca me pongo a trabajar aquí en este Consultorio sin antes consultarlo. No me agradezca mis consejos, más bien dé Gracias a Dios y, sobre todo…. siga con el mismo Tratamiento”.
Así será la palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié. {Isaías 55:11}