El Llamado del Pastor
Quiero tomar un momento para relatarles brevemente lo que sucedió en los cerros de Escocia.
Uno de los pastores de esas alturas deseaba con toda vehemencia la llegada de un varón en su familia, pero cuando la criatura llegó, resultó ser una Niña.
Fue un chasco amargo para él, pero le dijo a su esposa: “Está bien, ella tendrá que hacer las veces de hijo varón, la llevaré conmigo y haré de ella un Pastor”.
Eso fue lo que hizo. Y hasta la edad de trece a catorce años, ella fue su constante compañera.
La niña aprendió cuáles eran las necesidades de las ovejas y, además, la forma de hacer los Llamados Pastoriles.
Pero con el correr de los años y a medida que se estaba desarrollando en mujer, el padre pensó que no era justo imponerle esa vida: que era necesario darle la oportunidad de una educación y así se hicieron los arreglos pertinentes y ella se fue a la gran ciudad de Boston, una ciudad de más de un millón de habitantes. Pero al igual que otras grandes ciudades, ésta también tenía sus centros de mal.
Tan pronto como llegó allí, comenzó a escribir diariamente a sus padres. Luego la correspondencia se redujo a una carta por semana, más tarde a una por mes y, finalmente, se cortó por completo. Los padres
angustiados entre las montañas, estaban desconcertados.
Uno de los jóvenes del lugar vino a la ciudad. El joven se encontró con ella en la calle y trató de hablarle, pero ella lo trató con desprecio.
No quería saber nada de su vida pasada y así no quiso ni hablarle. Cuando el joven regresó y relató lo ocurrido a los padres de la joven, ellos se descorazonaron.
“¡Qué tragedia!” – dijeron. “Hemos perdido a nuestra hija”.
Esperaron por un tiempo con la esperanza de comunicarse con ella, pero todo fue en vano. Por último, el anciano padre dijo, “Esposa, yo no puedo esperar más, yo me voy para la ciudad”.
Ella le dijo, “Pero, querido, tú no eres un hombre de ciudad, sino un pastor. Te perderás allí y no sabrás cómo orientarte”. Su respuesta fue: “Si me pierdo, será tratando de encontrar a mi hija. Me voy para allá”.
Así lo hizo. No tenía ropas apropiadas, pero se marchó con su manto de pastor. Fue a la Policía, pero allí le dieron poca ayuda.
Durante días y días fue en busca de ella y parecía que nadie podía ayudarle a encontrarla. Alguien le sugirió que se dirigiera a una determinada sección de la ciudad y así lo hizo, pero desgraciadamente, sin resultado alguno.
Por fin, se dijo a sí mismo: “La encontraré, le daré el Llamado Pastoril”.
De manera que a la seis de la mañana se dirigió por las calles y empezó a hacer sus Llamados Pastoriles.
La gente estaba curiosa por saber de qué se trataba y terminaban diciendo: “Es un viejo loco”.
Siguió por las calles sin recibir respuesta alguna. Todo el día lo pasó haciendo sus Llamados y no fue sino hasta las diez de la noche, cuando algo sucedió.
Un grupo de jóvenes estaban jugando a las cartas y la bebida ya estaba servida. Se encontraban en medio del juego, cuando de repente una joven se puso de pie. Con una mirada de asombro dijo: “¿Oyeron eso?”.
– “¿Oír qué?”, respondieron sus compañeros.
– “Esa Llamada”, dijo ella, “es la de papá”.
– “Oh, sigue con el juego, no seas tonta. Sigue jugando”, le dijeron.
– “No”, contestó ella. “Esa Llamada es la de papá”.
Y siguió insistiendo. Luego volvió a escuchar y resonó nuevamente la Llamada.
No pudo resistir más. Tiró las cartas, hizo a un lado la bebida y salió a toda prisa. Se dirigió a la puerta y al abrirla vió a su padre en la oscuridad y corrió a encontrarlo, diciendo:
– “Papá, papá, has venido, has venido a buscarme”.
Sí, él había ido y abrazándola, lloró con ella, mientras ella le confesaba su pecado. Pero sus palabras se ahogaban, porque su padre le aseguraba un Gran Amor. Y juntos, regresaron al hogar.
Mis Ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy Vida Eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (San Juan 10: 27-28)