Erase una Vez
Un Hijo que por la noche siempre se sentía muy cansado y agotado. Su padre le preguntó, bondadosamente, la causa. Respondió el hijo: “Tengo todos los días tanto que hacer que moriría si Dios no me sostuviese con su Gracia.
Tengo dos Águilas que reprimir, dos Liebres que detener, dos Halcones que adiestrar, un Dragon que vencer, un Leon que amaestrar y un Enfermo que cuidar”.
“Hijo mío”, dijo el padre, “esas son quejas tontas; tales trabajos nunca se confían a un hombre al mismo tiempo; ni se ha oído jamás que nuestra familia te ocupase de tales menesteres”.
“Pues no miento, padre”, repuso el hijo. “Las dos Aguilas son mis Ojos que tengo que vigilar con cuidado para que no atisben nada que pueda dañar mi alma.
Las dos Liebres son mis Pies, que tengo que contener para que no vayan por caminos prohibidos y peligrosos.
Los dos Halcones son mis Manos que tengo que adiestrar y utilizar para el trabajo, a fin que procuren para mí y mis hermanos lo necesario para la vida.
El Dragón es mi Lengua, que he de tener continuamente enjaulada para que no hable cosas inconvenientes e innecesarias.
El León es mi Corazon, con el tengo que luchar incesantemente para que no se llene de odio y de vanidad propia, sino de Amor de la divina Gracia.
El Enfermo es mi Cuerpo al que le antoja ahora un capricho, luego otro, sin considerar si son cosas que aprovecha la salud de mi alma y la salud eterna”.
Por tanto, nosotros también teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. (Hebreos 12:1)