Bienaventuranzas de los Ancianos.1
Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas. Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré.
[Isaías 40:30-31; 46:4]
Bienaventurado el que ya no ve casi nada, no oye gran cosa y aprovecha ésto para buscar en el silencio lo que Dios quiere decirle, sin distraerse con las conversaciones de los que lo rodean.
Bienaventurado el que, en su vejez, acepta la diferencia que lo separa de las siguientes generaciones. Pertenece a otro tiempo y está confrontado a otras maneras de vivir. Pero puede testificar que Dios nunca cambia, que es Eterno. Es el Dios de los padres y el de los hijos, cualquiera sea el contexto de la vida.
Bienaventurado el que ya no es capaz de llevar las cargas de los demás, salvo por la Oración, y que lo acepta.
Bienaventurado el que sabe dejar sucesores en su lugar y renuncia a su influencia sin mostrarse frustrado.
Bienaventurado el que, aceptando su debilidad, experimenta que la Gracia de Dios le basta.
Bienaventurado el anciano que no machaca pesares, quejas y dudas, sino que aprendió a vivir en la Paz de cristo. En un mundo materialista como el nuestro, podrá dar testimonio de que, a través del desarrollo de una época, ha guardado la única cosa que nunca cambia: la certeza de la existencia y del Amor de Dios.
“Corona de Honra es la Vejez que se halla En el camino de la justicia. (Proverbios 16:31)